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CON EL SOL TRASPUESTO

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type='html'>Me pusiste una trama en el albero del jardín.
De nuestro jardín hermoso, tu delimitaste el gusto,
como los dos estábamos esperanzados a que perdurase...
también yo fui cómplice y encubridor de tu descuido.

Bebí con anhelo en la copa de tu entretenimiento,
sirviéndome como aliño tu musgo fresco y loable;
pero, esperé tanto tiempo... amor, hasta verlo enjuto,
que perdí  el deleitable placer de oler a tierra mojada.

Te estuve aguardando, consumando noches de luna
y celo, oculto en la vertiente de este río serenado.
Como alga sigilosamente agazapado en la espesura,
esperando tu regreso, se fundamento mi porfía...

al sazonar el exquisito fruto de tan ostentosa rama.
Puesto que tu entender pasó ya la aurora del adviento
llega a ti la madurez, corre, vuela y se apresura...
a atender gozosa el pretendido deseo que proclamo.

Celebrándolo a raudales, el caudaloso río se desborda.
Mi corazón está pendiente del momento de la entrega
viendo como tu sorpresa con inmensa ternura se destapa,
deja correr el agua y la bebe clara, limpia y pura.

Se abre temblorosa la odorante y acogedora flor,
dibujando espirales y gotas de rocío con sabor a incienso.
Con aire renovado, recoge el gesto de tu sosegada boca,
como si adivinara que mi ansia de amar va decayendo.

Ya no es posible,  amor mío, recuperar el tiempo perdido,
si no es por medio de resarcirse en la piadosa ternura;
por lo que vienes a mí como ave a su refugio redimida,
reverdeciendo el musgo y refrescándome la memoria.

Rincón a rincón explorando los recodos del camino
por donde el amor y la ilusión, mermados, faltos meditan.
A solas escuchamos el minucioso resuello que nos delata,
al tintinear misterioso de una sintonía que ya va siendo lejana.

 
Cómo brillan mis ojos cuando retorna aquél grato recuerdo,
en el que albergó nuestro abrazo, alianza imperecedera.
Tú tenías miedo en  la espesura, al bagaje de los labios,
yo puse en los besos toda mi pasión...  ¡la locura!

Me invitabas a reanudar la remozada sementera
derramando semilla renovada de la últimma cosecha.
Deliberadamente organizabas la parva y la trilla,
yo, gavilla a gavilla, me acercaba hasta tu era.

Calla pues, paloma mensagera y cierra el pico,
que apostado estoy al otro lado de la hacina
viéndote llegar entusiasmada con el haz entre los brazos
y la pasión dormida en el fondo de mi alma.

El aire que respiro, cuando raya la luz del día,
el que me deja gozar de tu voz cuando despierto;
también me hace paliar el desatino de la duda...
y el desconcierto:  de tanto ardor como se ha extinguido.

Yo siempre anduve por el amor algo preocupado,
pero con tu trama se vuelve comprensivo y mesurado.
Tú eres quien modera el agua de esta insondable fuente
en la que bebo a tragos, el innegable instante de tu consuelo.

Tu audaz perspicacia promueve alianza y ternura.
El apasionamiento hay que entenderlo en el buen sentido.
¿No sabes carño mío, que cuando madura la uva,
al vendimiar, solo queda el sarmiento y los agraces?

No soy capaz de equilibrar la hegemonía establecida,
en la que me tienes cercado, sin tregua entre tus brazos.
Déjame mi amor, déjame que te lo diga:
¡Que me dejes al menos sueltas las manos para verte!  

Te estoy tocando con el pelo y con los ojos,
te estoy hablando y a la luna miras, te entretiene.
(No te de cuidado amor, que el arpa mía suene
cada vez más suave, es para no despertarte).


Te he visto en la cuesta de enero esta mañana
que precisamente venía yo con intenciones,
más como dudabas al subir los escalones,
en la misma línea de partida me conmuevo.

Mi empeño,  va  dejando secuela ya aprendida por ti.
Tú socavas en los sofocos del ardoroso verano,
temerosa de la improvisada tormenta que se cierne.
Yo, en cambio,  percibo el rumor que produce la revuelta.

Luz: esparce tu silencio de un amar ahora esclarecido,
cuando tanto amor se ha sentido y expresado,
(que casi me parece que volvamos a "empezar de nuevo")
y acariciado me veo, en los regodeos de tu calma.

Abríl, trae matices de ambiciosa estampida.
Abrumador mayo, da rienda suelta a los colores.
Tu corazón dorado grano de espiga de trigo,
con blanquísima harina, impregnado de azahares.

Llenas mi sombra y mi duda de soles celestiales.
De tu interior cada mañana emerge una suave brisa
que recorre pausada, traspasando mis sentimientos,
a la vez que desparrama su albar ante mis deleitados ojos.

Con olor a trigo y sabor a fresa, tu rubio cabello me provoca.
Con adhesión enternecida, sin voz ni palabras me llamas,
atraes mi atención, murmuras a mi oído y me recuerdas...
qué hermoso es el afán y la ilusión, aún con el sol traspuesto.

      
  
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